Marquesa, marquisa, marquida.



Ramera; puta de mancebía; garduña o coima. Es voz de germanía que hizo fortuna en tiempos de Cervantes. Hoy, y desde hace mucho tiempo, está en desuso. En La Picara Justina, (1605) su autor, el médico López de Ubeda, escribe: "¿Pues de qué le sirve a la pícara pobre hacerse marquesa del Gasto si luego han de ver que soy Marquesa de Trapisonda y de la Piojera, y Condesa de Gitanos...?".

 

 

Marrajo.

Astuto, taimado, que esconde o encubre su dañina intención, esperando ocasión propicia para asestar su golpe, o realizar su mala acción. Con este significado emplea el término Quevedo, en su Cuento de cuentos: "El padre, que era marrajo, lloraba hilo a hilo y venía en éstas y estotras...". Como término para la ofensa o el insulto se emplea en sentido figurado, teniendo al fondo el semantismo o significado principal de la palabra "marrajo": toro o buey que arremete siempre a golpe seguro; también, cierto pez parecido al tiburón. En ambos animales, lo más sobresaliente de su carácter es la astucia y el arte con el que consiguen engañar a su presa, una vez ganada su confianza. Pudo haber generado el término en hablas del hampa; al menos, su primera documentación en nuestra lengua se da en un romance de esa naturaleza, del que se hace eco el Vocabulario de germanías de Juan Hidalgo, entre los siglos XVI y XVII:

 

Desde mi tierna edad

he seguido lo germano,

encargado de marquisas (chulo de putas)

que me palmaban el cairo (le entregaban el dinero),

estafando jorgolinos (compinches de rufianes),

y brechando los marrajos, (trucando los dados).

 

En el Diccionario de Autoridades del primer tercio del siglo XVIII, significa como hoy: "cauto, astuto, y difícil de engañar". En ese sentido lo emplea el sainetista Ramón de la Cruz:

 

¡Qué serio y qué avinagrado

es este hombre! Yo no sé

cómo siendo tan marrajo,

consiente que su mujer

tenga cortejo; y el caso

es que desde que lo tiene,

la mira con más agrado

sin duda debe de ser

gran peso una mujer, cuando

algunos maridos buscan

quien les ayude a llevarlo...

 

 

Marrano.

Sujeto sucio y desaliñado; persona que procede con vileza. Es insulto intercambiable con el de "cerdo, puerco, cochino, gorrino o guarro". No está clara su etimología, como substantivo alusivo al animal; como tal es de uso antiguo en nuestra lengua, remontándose a los orígenes del idioma, hacia el siglo X, en que aparece en escrituras leonesas de compra-venta. Cree Corominas que se trata de una de las voces del fondo prerrománico, pero no resulta descabellado atribuirle origen árabe, en cuya lengua mahran equivale a "cosa prohibida". Amén de lo dicho, conviene tener en cuenta otras connotaciones de tipo étnico-religioso que convirtieron este calificativo en sinónimo de tornadizo, converso, judío o morisco que abrazaban el cristianismo de manera insincera, para eludir la expulsión. Como el marrano solía volver de manera oculta a la práctica de su antigua fe, ser tachado de tal adquirió tintes peligrosos, ya que una acusación de esa naturaleza acarreaba, hasta la desaparición del tribunal del Santo Oficio, afrontar la cárcel, e incluso la pena capital. Cree Covarrubias (1611), erróneamente, que el término nació del hecho de pedir los judíos y moriscos, como condición para su conversión, se les concediera merced de no tener que comer cerdo o marrano, no tanto por cumplir con la ley mosaica o coránica, cuanto por la repugnancia que decían les causaba la carne de este animal. De esta singularidad nacería el llamarles con el nombre del animal que aborrecían, vituperio que les sería asignado por sarcasmo a estos cristianos nuevos. El insulto se generalizó a partir del Renacimiento, y se extendió por Europa, donde se llamaba "marrano" a todos los españoles, para zaherirlos tachándoles de judíos o cristianos nuevos. En este sentido se documenta en la comedia cervantina, La casa de los celos, donde Roldán insulta a Bernardo tachándolo de cristiano nuevo, de sangre poco limpia, de converso:

 

¡Oh cuerpo de San Dionís,

con el español marrano!

 

Amén de esto, el término experimentó cierto cambio semántico, y se tildó de marrano a quien se quería humillar o despreciar. Téngase en cuenta que en el sur de Francia se llamaba gourret al judío, es decir: "gorrino, lechón". En el norte de Italia, se les tildaba de ghinoùj a= cerdito; en las Baleares, el término "chueta", judío converso local, proviene de xuia = carne o chuleta de cerdo. No sorprende que en castellano se echara mano de esta palabra ya en época temprana, en torno al siglo X-XI, en que todavía no existían las voces sinónimas de "cochino, guarro, o cerdo". De cualquier forma, y afortunadamente, este tipo de insulto ya no tiene lugar.

 

 

Marrullero.

Adulador que echa mano de todo tipos de halagos, fingimientos y zalemas para liar, embaucar y enredar con astucia a la gente; liante de buenas palabras, que pone su pico de oro al servicio de tramas inconfesables. Fernández de Moratín dice lo siguiente de un individuo de esta calaña: "Labriego más marrullero y más bellaco no lo hay en toda la campaña...". Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico, deriva el término del verbo "arrullar, adormecer al niño". Pero también pudiera pensarse en el verbo marullar, marullear = haber marullo en la playa, y por extensión: "rumores, alboroto de gente, alteración de los ánimos", con un sentido último de enredar y revolverlo todo para mejor realizar el engaño o marrullería. El marrullero no sólo se lleva el gato al agua con buenas palabras y adulaciones, sino que si esto le falla recurre a procedimientos menos suaves, sin emplear nunca la violencia, pero sí provocando el caos, el barullo y la marrullería o situación de engaño y trampa, en los escenarios de su actividad.

 

 

Mastuerzo.

Majadero; hombre necio y torpe. Creen algunos que pudo haberse dicho por la planta del mismo nombre, masturtium, herbácea muy picante, de tallos torcidos y divergentes, parecida al berro, y como éste de uso en ensaladas. Sin embargo la etimología es otra: del término "nastuerzo", nariz torcida, que aparece ya en el libro de la Caza de Aves del Canciller López de Ayala, (segunda mitad del siglo XIV): "mestuerzo". La atracción entre consonantes nasales "m, n" es frecuente en castellano; véase el caso actual de "mindundi(s), nindundi(s)". Como insulto no es término que registren los autores de los siglos de oro; Covarrubias en su Tesoro de la Lengua (1611), se limita a decir que el "mastuerço" es una hierba conocida con el nombre latino de nasturcium, porque su insufrible olor hace a quien lo huele torcer el gesto o morrillo, y ladear la nariz, dando al rostro aspecto avieso y ridículo. De esta planta escribió Plinio en el siglo I, que provocaba el estornudo.

 

 

Matacandiles.

Barragana o manceba de clérigo. En la Segunda parte del Lazarillo de Tormes (1620), de Juan de Luna, se emplea así el término: "Afeáronme el caso diciendo era un hombre que no tenía sangre en el ojo, ni sesos en la cabeza, pues quería juntarme con una piltrafa, escalentada, matacandiles y finalmente mula del diablo, que assí llaman en Toledo a las mancebas de clérigos".

Era insulto entre las del gremio. Hoy lo gráfico y expresivo de este término compuesto suscita en nosotros una leve sonrisa, sobre todo si se entiende, como en la época, que "matar" significa apagar el fuego de la lujuria, y candil...: el humilde foco de esa llama perturbadora del deseo. Estas profesionales estaban a la voz y obediencia del cura o del fraile que requerían su servicio.

 

 

Matasiete.

Fanfarrón, rufián; espadachín y bravucón que se precia de guapo y valiente, tratando así de meter el miedo en el cuerpo a quienes se relacionan con él. Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo del primer tercio del siglo XVII, tiene esta bonita forma de utilizar el vocablo:

 

Ya se salen de Segovia

quatro de la vida airada,

el uno era Pedro Alonso,

Camacho el otro se llama;

el tercero es Jaramillo,

y Cornejo es el que falta:

todos quatro matasietes

valentones de la fama.

 

También se da este nombre a los que presumen de lo que obviamente no pueden ser (véase la voz "enano"); a éstos se les da este nombre con retintín o antífrasis, para reírse de ellos. Se utilizaba en tiempos de Cervantes, y era término popular entonces. Quevedo. en tono festivo burlesco, introduce así el término:

 

Hallóse allí Calamorra,

sobre fino matasiete

bravo de contaduría,

de relaciones valientes.

 

Juan Hidalgo, en su Vocabulario de Germania (1609), recoge el siguiente uso:

 

Puse pies en polvorosa

y del peligro afuféme,

dexando mi hembra a cargo

de un temerón matasiete.

 

Hoy es voz en desuso, pero no el personaje, que ha sobrevivido en el lenguaje de algunos cuentos para niños, donde conserva valor despectivo.

 

 

Maula.

En sentido figurado y género femenino, se dice de la persona que paga mal y tarde; individuo tramposo y marrullero, que deja de cumplir con sus obligaciones a las primeras de cambio; individuo taimado, bellaco y vil, en quien no es recomendable confiar. Mesonero Romanos emplea así el término: "Pero... ¿adónde está Juanilla?; ¿y el cadete? ¡Ah, buenas maulas!"

Su acepción principal es la de "engaño, triquiñuela, cosa despreciable". Su utilización primitiva fue como substantivo con el valor de "astucia y marrullería". En ese sentido utilizó Quevedo la palabra, hacia el primer cuarto del siglo XVII. E. Terreros (s. XVIII), en su Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes..., lo define así: "Uno que es sagaz, astuto, artificioso y mal pagador". Su etimología es de naturaleza onomatopéyica, por imitarse el maullido del gato. Hoy es voz relegada a las hablas marginales, y su uso ha decaído mucho tanto en el lenguaje escrito como en el hablado.

 

 

Mazacote.

Pesado, tardo, estúpido; hombre molesto e importuno. Es término insultante, y empleado en sentido figurado, ya que se tiene in mente la acepción principal de esta palabra: mezcla compuesta de piedras menudas, cemento, arena y hormigón. Covarrubias sólo recoge esta acepción de "argamasa", pero pocos años después, el cordobés Luis de Góngora, en sus romances burlescos, emplea el término en sentido figurado, aunque haciendo juego con el famoso poeta renacentista Macías el Enamorado:

 

Dexad caminar al triste

Macías o Mazacote

a la ausencia y a los zelos

componiendo un estrambote.

 

 

Meapilas, measalves.

Santurrón, beato; persona hipócrita que se da golpes en el pecho y entona el "yo, pecador...", pero cuya conducta no está de acuerdo con su pretendida piedad. Es voz compuesta, de uso despectivo, en la que el término "pila" alude a la del agua bendita, a la entrada del templo, usada para persignarse o santiguarse quien entra en el lugar sagrado. El verbo "mear" no está, lógicamente, empleado en sentido literal, sino en el sentido figurado: lo que mea el santurrón es el agua bendita de tanto tomarla. También se alude indirectamente a la costumbre de beber ese agua ciertos enfermos, a quienes se la receta algún santero o curandera. En cuanto al measalves, es, como el meapilas, un beato hipócrita que se pasa la vida rezando la salve, oración mariana por excelencia, siendo una mala persona que no tiene caridad con el prójimo. El verbo "mear", en este caso, está empleado de la misma forma que en los compuestos peyorativos "chupatintas, cagatintas, meatintas...".

 

 

Mediopolvo.

Sujeto macilento, escuálido, de aspecto miserable y enfermo; canijo al que no se le considera capaz de heroicidad alguna en la cama, de donde deriva su etimología el nombre: no tener alguien un polvo completo..., es decir, ser incapaz de satisfacer plenamente a una mujer. El término, empleado entre gente rastrera, se lo he escuchado a Sara Montiel, la cantante y actriz, referido a cierto político conservador de renombre.

 

 

Meliloto.

Persona insensata y abobada. Persona necia cuya presencia estorba. Pudo decirse "meliloto" con la acepción de "bobo" de esta planta leguminosa cultivada como forraje para pasto de bestias, en un uso metonímico. No obstante esto, el famoso médico y humanista segoviano Andrés Laguna, del siglo XVI, en sus anotaciones a Dioscórides afirma decirse melilotos a los bobos y personas insensatas, porque esta planta "está compuesta de facultades contrarias, porque juntamente reprime, resuelve y madura". Pero es una explicación a posteriori, ya que en su tiempo el término en cuestión estaba muy extendido.

 

 

Melindroso, melindres.

Seguramente uso figurado derivado de la voz "melindre": especie de cinta muy estrecha. Por extensión se dijo del individuo amanerado, que afecta excesiva delicadeza y refinamiento en el trato, porte y acciones de la vida diaria. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua, (1611) da esta otra explicación: "Melindre: un género de frutilla de sartén hecha con miel; comida delicada y tenida por golosina. De allí vino a sinificar este nombre el regalo con que suelen hablar algunas damas, a las quales por esta razón llaman melindrosas".

Pero siempre fue más utilizado el masculino que el femenino. Se usa en la expresión "ser alguien un tío melindres", raramente "una tía". Luis de Ulloa, instructor del hijo bastardo de Felipe IV, don Juan José de Austria, y escritor de la primera mitad del siglo XVII, recoge así el término:

 

Las necias melindrosas y tusonas,

las no limpias, las gordas, las busconas (...)

que hacen mella en un diamante...

 

Y Lope de Vega, que da el calificativo tanto a hombres como a mujeres, confiere al término cierto matiz insultante, si bien no excesivamente ofensivo:

 

No te quiero decir cosas

que a un viejo parecen mal,

desta regla universal

de feas y melindrosas.

 

Es decir, de ambas tal vez deba el hombre huir. La voz principal, de donde deriva el sentido figurado de "melindroso, melindre", se documenta por primera vez en los escritos de Santa Teresa de Jesús, quien escribió, para aleccionar e instruir a sus monjas, en su obrita Modo de visitar los conventos: "... la manera del hablar que vaya con simplicidad y llaneza (...), que lleve más estilo de ermitaños y gente retirada, que no ir tomando vocablos de novedades y melindres, creo los llaman, que se usan en el mundo".

El melindroso atiende más al porte externo que a la limpieza y aseo. Tiene mucho de la personalidad del figurín, siendo una especie de petimetre espiritual. Se pirra por un saludo bien elaborado, y por la observancia meticulosa del ceremonial cortesano, y sin embargo puede llevar varios meses sin haber visto de cerca el agua y el jabón.

 

 

Membrillo.

Chivato, soplón, acusica; también, sujeto zafio, iluso y medroso que va por la vida dándoselas de señor. He escuchado el término en contextos donde significa "comecoños"; no me sorprende, pues el membrillo, llamado en latín "cotonium"; "codoño" (en valenciano), era utilizado en la Antigüedad como sinónimo del órgano sexual femenino, cuya forma parece asemejarse a la de este fruto. El "comecoños" antiguo tenía que ver con el individuo a quien la pobreza material llevaba a comer esta fruta áspera y tosca por no poder acceder a otra mejor y más cara.

 

 

Melón.

Registra el diccionario oficial entre las acepciones de esta palabra, la siguiente. "Figurado y familiarmente, persona torpe y bellaca". Lo de torpe se entiende, lo de bellaca, no. En los contextos que hemos manejado para extraer los semas o notas negativas del melón, nunca aparece maldad ni ruindad digna de mención, y sí merma de ingenio y sobra de cabezonería o tozudez. Con el melón se alude a la cabeza del individuo que merece ser tildado de tal, gorda y huera, voluminosa y desprovista de seso. La cabeza de estos individuos torpes y tontos tiene forma aproximada a la de esa cucurbitácea, siendo además, dado lo romo de su entendimiento, cabezas fingidas, puesto que no piensan ni dan muestra de tener seso dentro.

 

 

Memo.

En una de las primeras ediciones del Diccionario de la Real Academia, la de 1729, se lee al respecto de "memo": "El uso regular desta voz es en la frase "hacerse memo", que es lo mismo que fingirse tonto...".

Es en el texto anterior donde por primera vez parece documentarse por escrito esta palabra, aunque evidentemente llevaba ya muchos años en el uso oral. Su acepción actual es la de "tonto, simple y mentecato". En cuanto a su etimología, se ha querido ver en ella un derivado del término latino mimus= bufón. Pero parece que no es así. Al menos, Corominas cree que el término es de creación expresiva, por aliteración, imitando la repetición de la consonante nasal "m...m..:, propia del alelado o atontado que no acierta a saber lo que dice ni cómo decirlo. Su alcance semántico es muy despectivo, tanto en el romance castellano como en las demás lenguas románicas, siendo el calabrés mimiu = ignorante, abotargado y mentecato, el que más se acerca al uso que la palabra tiene en el castellano actual. La memez, como la necedad, es irremediable, como afirma el refrán: "Quien memo marchó a Roma, memo retorna". Y es que estas criaturas no tienen arreglo.

 

 

Mendrugo.

Individuo rudo, tonto, zoquete. Algunos quieren que proceda, el término, del verbo latino manducare = comer; otros, como el autor del Diccionario Critico Etimológico, Corominas, creen que se trata de término de origen incierto en cuanto a su etimología. La palabra aparece usada en el siglo XIV con las acepciones de "pedazo de pan duro que se desecha o se da de limosna al mendigo", y de "hombre necio y de cortos alcances. En el habla de Sanabria mendrugo equivale a holgazán; y en medios dialectales santanderinos se llama así al hombre tosco y de escaso saber. (Véase también "zoquete").

 

 

Mentecato.

Fatuo, tonto, falto de juicio o privado de razón; persona de flaco entendimiento. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua (1611) define así al personaje: "Falto de juyzio; del latino mente captus". El sintagma latino mente captus alude al hecho o circunstancia de no poseer alguien en regla todas sus funciones mentales por estar tocado o cogido de la cabeza. La palabra empezó a utilizarse en castellano hacia mediados del siglo XVI, y de ella se hacen eco autores como Cervantes, en el Quijote, o Cristóbal de las Casas en su poco conocido Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana. Calderón de la Barca, en su comedia Los dos amantes del cielo, (segunda mitad del siglo XVII), usa así el término:

 

Cautivó un moro a un gangoso,

y él bien o mal, como pudo,

se fingió en la nave mudo (...),

(y) cuando el moro le vio

defectuoso, le dio

muy barato. Estando fuera

del bajel: "Moro -decía-,

no soy mudo, hablar no ignoro".

A quien oyéndolo el moro

desta suerte respondió:

"Tu fuiste gran mentecato

en fingir aquí el callar,

porque si te oyera hablar

aun te diera más barato".

 

Como ejemplo de mentecatez ponen algunos al ánsar o gansa de Cantimpalo (Segovia), que salía al camino a recibir al lobo, exponíendose al peligro de manera insensata. Su falta de juicio es manifiesta, como ya se hizo notar en tiempos cervantinos.

 

 

Mequetrefe.

Hombre entremetido, bullicioso y de ningún provecho. Bernardino de Rebolledo, emplea el término en la primera mitad del siglo XVII:

 

Fui en Francia prisionero;

en Brabante, libertado;

en Holanda, mequetrefe;

en Yngalaterra, guapo.

 

Coetáneamente Quevedo, en su Cuento de cuentos (1626), dice de alguien que decide darse a la mala vida: "...el otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe y faraúte del negocio...". El término, no empleado antes del siglo XVII, fue siempre malsonante, insulto u ofensa. En un romance de germanía de ambiente hampesco, (primer tercio de aquel siglo), se lee:

 

De Granada, patria mía,

avrá salí algunos meses;

travesuras fueron causa,

no las diré por ser leves.

No diré que di de palos

a un pícaro mequetrefe,

ni que açoté a la Escalona,

ni que estafé yo a la Pérez.

 

Aunque se ha propuesto media docena de desarrollos etimológicos, entre ellos el aceptado por la Real Academia: del árabe mugatraf = orgulloso y petulante, lo más probable es que se trate de voz de origen portugués, compuesta de meco: libertino, calavera; y trefe: revoltoso, inquieto, malicioso.

 

 

Merluzo.

Bobo, incauto, infeliz a quien resulta fácil engañar y sorprender. Es voz creada a partir del sentido figurado de merluza: "borrachera". El merluzo, como el borracho, se comporta como un tonto bobalicón. Independientemente de esto, la merluza tuvo fama adicional de pez voraz y gregario, que cae fácilmente en la red, pescándosele a lo largo de todo el año, por lo que por derivación se dijo que ser un merluzo es tanto como ser ingenuo. Otros atribuyen el sentido insultante de "merluzo" a su aspecto y mirada una vez pescado este pez: ojos abiertos desmesuradamente, sin expresión determinada. Tener ojos de merluza era como carecer de expresividad o encanto. (Véase también "besugo").

 

 

Metepatas.

Persona importuna, que se mete en asuntos que no son de su incumbencia ocasionando trastornos a quienes sí están implicados en ellos; también recibe el nombre de metomentodo. Procede de la frase "meter la pata" = intervenir en alguna cosa con importunidad. En la obra de Romualdo Nogués, Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses (1881), se lee: "Meter la pata es dicho ofensivo para los hijos de Sestrica (Aragón), y tanto que no se les podría dirigir mayor insulto. Proviene esto de que en el referido pueblo hacen correr a las caballerías el día de San Antón alrededor de la imagen del santo, empeñándose los que las guían en que metan una pata por debajo de las cuerdas".

Es el "meterete" argentino: sujeto entrometido y zascandil capaz de asistir a bodas y entierros de personas con las que nada tiene que ver. (Véase también "malapata").

 

 


Дата добавления: 2019-02-12; просмотров: 223; Мы поможем в написании вашей работы!

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